Siguen publicándose testimonios de la represión política y religiosa en los países comunistas, que van apareciendo con cuentagotas y que suman ya una considerable bibliografía que debería haber calado más en la opinión pública. Sin embargo, todavía hay personas y colectivos que, por poner un ejemplo, consideran a Lenin y Stalin libertadores del pueblo, cuando los numerosos testimonios publicados, y también los estudios históricos, han demostrado que para imponer su ideología no tuvieron ningún reparo en justificar la violencia y el asesinato y aplicar políticas de exterminio. Es lo que sucedió con las personas católicas y ortodoxas, y de otras minorías religiosas, que fueron sistemáticamente perseguidas. No fue algo aislado, que se dio solamente en la URSS, sino que, como demuestra este libro, políticas similares se dieron en otros países de Europa del Este. En mi libro Cien años a la sombra del Gulag salen unos cuantos libros que relatan historias parecidas a las que aquí se cuentan.
Didier Rance es historiador, exdirector de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) en Francia, miembro de la Comisión Pontifica Nuevos Mártires entre 1995 y 2000 y autor de libros dedicados especialmente a recopilar testimonios concretos sobre esta represión en los países del Telón de Acero. Tras la caída del Muro de Berlín, Rance viajó a estos países para entrevistarse con numerosas víctimas. Este volumen reúne diez de estos testimonios, que proceden de Albania, Bielorrusia, Bulgaria, Lituania, Rumanía, Eslovaquia, Chequia y Ucrania.
Sus protagonistas son religiosos, sacerdotes, obispos y laicos. El tono del libro es informativo y, también, ejemplar, pues estos “mártires contemporáneos” son una demostración de la perseverancia en el amor a Dios y a la Iglesia en unas condiciones totalmente adversas. En algunos casos, permanecieron en prisión durante décadas.
Todas las historias del libro emocionan porque estamos ante las vidas de “grandes testigos de la fe”. Por ejemplo, la persecución que padeció Antón Luli, víctima del régimen del estalinista Enver Hoxa, que asesinó o provocó la muerte de 129 de los 156 sacerdotes católicos que había en Albania. O lo que vivió Kazimierz Swiatek, sacerdote de Bielorrusia, país en el que entre 1937 y 1941, en el bosque de Kuropaty, cerca de Minsk, fueron ejecutadas 250.000 personas. O lo que cuenta Gavril Belovejdov, que estuvo prisionero en la llamada “Isla de la Muerte”, el penal de Belene, el más duro de los gulag búlgaros.
Nicolé Sadunaité fue conocida como “la Juana de Arco de Lituania”, que fue detenida y desterrada a Siberia por colaborar en la difusión de la “Crónica de la Iglesia católica en Lituania”. El obispo rumano Alexandru Todea fue una víctima más de la feroz represión que el régimen de Gheorghiu-Dej, y después el de Ceaucescu, llevaron a la casi total desaparición de la Iglesia católica en Rumanía: sus sacerdotes y obispos fueron detenidos y se confiscaron todos los bienes. También resulta significativa la vida del eslovaco Ján Cryzostom Korec, que escribió sus memorias El obispo de mono azul, en las que cuenta su durísima experiencia vital. También hay que resalta a Silvester Krcméry, que pasó catorce años como prisionero en un campo de concentración eslovaco, obligado a trabajar por su condición religiosa con material radiactivo sin ninguna protección.
Hay más historias, todas ellas impactantes y que muestran la sofisticación en los métodos represivos y la pertinaz persecución contra los católicos, que llega en muchos casos a poco tiempo antes de la caída del Muro de Berlín. Estos testimonios ponen voz y rostro a los millones de personas perseguidas, que dejan de ser una cifra anónima y olvidada y muestran las deliberadas cicatrices de una ideologizada y generalizada persecución.
La gran prueba
Didier Rance
Palabra. Madrid (2018)
320 págs. 18,81 €.
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