Politóloga e historiadora, la rumana Luiza Iordache es en la actualidad una de las principales investigadoras sobre el exilio republicano español en la URSS al final de la Guerra Civil española. A este tema dedicó su tesis doctoral, que luego publicó con el título En el Gulag. Españoles republicanos en los campos de concentración de Stalin. Conocí este libro cuando estaba escribiendo Cien años de literatura a la sombra del Gulag. Iordache es también profesora en el departamento de Historia Contemporánea de la UNED. El prólogo del libro está escrito por Alicia Alted Vigil, catedrática de Historia Contemporánea de la UNED, quien afirma del estudio de Iordache que se trata de “un libro imprescindible en el ámbito de la historiografía sobre el exilio republicano español de 1939”.
El origen de Cartas desde el Gulag está en la entrevista que la autora mantuvo en 2007 con Rafael Fuster, el hijo del protagonista de la investigación, Julián Fuster Ribó. Su hijo Rafael le proporcionó a la autora una serie de documentos, escritos, fotografías que resumen la agitada vida de este médico, que nació en Barcelona en 1911, se licenció en Medicina por la Universidad de Barcelona y ejerció de médico militar durante la Guerra Civil como Jefe de Sanidad del XVIII Cuerpo del Ejército. Antes de la guerra, Julián Fuster se había afiliado al PSUC. Al acabar la guerra, fue uno de los exiliados que se trasladó a Francia. Estuvo primero en el campo de Saint-Cyprien y luego en la Fortaleza de los Templarios de Collioure, de donde salió para embarcarse rumo a la Unión Soviética. Fuster fue uno de los elegidos por el PCE para esa expedición, de la que formaban parte un millar de personas, la gran mayoría dirigentes políticos del Partido y militares.
Además de este contingente, los españoles que residían en la Unión Soviética en 1939 eran 3.000 “niños de la guerra” y los maestros y el personal auxiliar que les acompañaron, a los que hay que sumar unos pilotos que se encontraban realizando un curso de aviones de caza y los tripulantes de barcos españoles que se encontraban en la URSS en ese momento.
Julián Fuster fue destinado al sanatorio de Agudzer, próximo a Sujumi, la capital de Abjasia, y cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial se incorporó al Ejército Rojo como Jefe de Cirugía del Hospital de Evacuación 1647 de Uliánovsk. Al acabar la guerra, comenzó a trabajar en Moscú en el Instituto Burdenko.
Ya en esos años, comenzó su desafección con la vida en la URSS. Como otros tantos españoles, hizo gestiones para abandonar el país en diferentes embajadas, pero los dirigentes del Partido Comunista Español (de manera especial José Antonio Uribes, Fernando Claudín y la Pasionaria), negaban de manera sistemática estos permisos. Más aún, consideraban como potenciales “enemigos soviéticos” a todos aquellos que solicitaban salir del país. A partir de ahí, comenzaron los problemas de Fuster con el PCE y con el régimen soviético.
Fue expulsado del Partido Comunista y despedido de su trabajo en el prestigioso Instituto Burdenko. Para ganarse la vida, pidió trabajo como traductor en la embajada de Argentina, donde coincidió con otros españoles en situaciones parecidas a la suya: Francisco Ramos, José Tuñón Albertos y Pedro Cepeda. Los dos últimos, fueron detenidos después de participar en una surrealista fuga en un baúl de la valija diplomática de la embajada de Argentina. Su detención provocó también la de Julián Fuster a principios del mes de enero de 1948. Tras ocho meses en la Lubianka, interrogado y torturado, fue condenado a 20 años en virtud del famoso artículo 58 del Código Penal soviético. De Moscú fue trasladado al campo de trabajo de Kengir, en la República de Kazajstán. Fuster ejerció de médico y fue testigo de la rebelión de los prisioneros de este campo, que acabó con una masacre provocada por el Ejército Rojo. Solzhenitsyn cita al médico Fuster en su obra Archipiélago Gulag.
Tras la muerte de Stalin en 1953, abandonaron los campos muchos presos comunes, pero no así los presos políticos, como Fuster. De todas maneras, consiguió que su caso se revisase y pudo abandonar el campo el 10 de marzo de 1955. Le trasladaron a la localidad de Lothosino, próxima a Moscú, donde permaneció hasta 1956, cuando fue completamente liberado. Hasta 1959 no fue autorizado a abandonar la URSS. Tras una corta estancia en Cádiz y Barcelona, se trasladó a Cuba justo cuando los comunistas se hicieron con el poder. Permaneció solo seis meses y regresó de nuevo a España. Ante la imposibilidad de reintegrarse a su actividad profesional, decidió trasladarse al Congo en un programa de la OMS. Estuvo más de tres año y entonces sí pudo ya volver a ejercer la medicina en España.
Esta es a grandes rasgos la biografía de Julián Fuster, una persona que durante la Guerra Civil luchó por unos ideales republicanos y que luego en la URSS, comprobando la vida en directo, fue desencantándose completamente del “paraíso comunista”. Su actitud crítica chocó con la intransigencia de los dirigentes del Partico Comunista en el exilio, que controlaban el destino de sus vidas. Fuster fue testigo de las coacciones y de la pasión por la represión que mostraron contra aquellos que no acataban sumisamente sus directrices. Fue tachado de “enemigo” del Partido y facilitaron que el KGB investigase sobre su vida para condenarle a un campo de reeducación.
La autora reproduce al final de su investigación dos textos del propio Julián Fuster. El primero es una “Carta sin sobre a Nikita Jruschov”, en la que proporciona muchos detalles sobre la virulenta represión que se llevó a cabo contra los prisioneros del campo de Kangir que se rebelaron contra las autoridades. El segundo texto es mucho más personal: Testimonio del “Paraíso Comunista”. Yo ya estoy de vuelta, donde denuncia el régimen represivo que se vive en la URSS y el papel que la propaganda ha desempeñado en Occidente para mostrar los “logros” comunistas, cuando la realidad es todo lo contrario.
Como escribe Alicia Alted, este libro no solo es importante por el testimonio que cuenta, muy interesante y en la línea de otros exiliados comunistas que renegaron de sus ideas en la propia URSS, buscando desesperadamente salir de allí, sino que además la biografía de Fuster proporciona una jugosa información para conocer las vidas de otros biografiados que padecieron las mismas represalias.
Además, Iordache proporciona muchos documentos y mucha bibliografía sobre aspectos colaterales del estudio, como, por ejemplo, los campos de concentración soviéticos y el régimen del Gulag y las actuaciones de los dirigentes del Partido Comunista español en la Unión Soviética, con Dolores Ibárruri a la cabeza, en todo momento al servicio de los métodos represivos del estalinismo más férreo.
Cartas desde el Gulag
Luiza Iordache Cârstea
Alianza. Madrid (2020)
262 págs. 18 €.
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