lunes, 29 de mayo de 2023

Presentación de “Libro de familia”

      

Durante meses, he estado preparando un libro sobre mi familia que contiene recuerdos, anécdotas, historias y muchas fotografías. Lo he titulado Libro de familia. Me lo ha maquetado, diseñado y editado Pablo, compañero de trabajo, con su proverbial profesionalidad. Se trata de un libro doméstico, familiar, que sólo tiene recorrido entre mi familia, vecinos y amigos. 

Cuando lo preparé, con la colaboración de algunos de mis hermanos, decidimos mantener en secreto el proyecto y pensar en la presentación, que tendría que ser original y muy familiar. Porque este es un libro sobre todo para la presentación. Si conseguíamos reunir en un sencillo acto a toda la gente que conocía bien a nuestra familia, el trabajo habría merecido la pena.

La presentación fue el 19 de mayo, viernes.

El escenario, como nos han dicho tantos de los que acudieron, fue lo mejor. Por un lado, la fachada decadente, las ventanas de las casas, la ropa tendida, las escaleras que dan acceso al patio; en frente, la valla que recorre todo el patio y los edificios visibles de los vecinos de la calle de atrás, Rodríguez Espinosa. Cuando concretamos la fecha de la presentación, nos pusimos manos a la obra con los preparativos. Una presentación en toda regla, con el boato justo, pues de lo que se trataba era de vivir una fiesta cálida y familiar. Alquilamos unas sillas, encargamos una merienda y, en los últimos días, tuvimos la idea de invitar también a un grupo de música para que amenizase el acto con un popurrí de canciones de los años sesenta y setenta. 



Le dimos también vueltas a quién podía presentar el libro. Rechazamos a la primera que lo presentase alguien de renombre o un experto aséptico que no nos conocía de nada. Se lo propusimos a cuatro amigos de la familia: nuestra vecina de toda la vida, Carmen; Camacho, amigo de Ricardo y también de todos nosotros; Quique, vecino de Toñín pero que ya forma parte de nuestra familia, como sus hijos Rocío y Quique; y Pili, la gran Pili, amiga de toda la vida de Loli, que nos ha acompañado a todos desde siempre en los buenos momentos y en los malos. La elección estuvo muy acertada, pues los cuatro, en sus intervenciones, se ajustaron a lo que queríamos: una sencilla, emotiva y nostálgica evocación de su relación con nuestra familia, los Torrecilla Molinuevo.


Presentó el acto mi sobrina Andrea, a la que ya lié también para que se encargase de coordinar la presentación en Tajamar de La suerte de conocerte, mi libro anterior, unos diarios en los que también aparece mucho mi familia y que son el origen de este nuevo libro. Andrea lo hizo muy bien, dando a sus intervenciones el tono humano necesario, pues no estábamos en una presentación oficial. Andrea es también la autora del prólogo de Libro de Familia, que ha titulado  “La vida diaria en clave de humor” y del que destaco estas líneas: “En este libro encontraréis historias de una familia de Vallecas que se podría considerar, juzgando las mismas, de todo menos normal. La vida diaria contada en clave de humor, porque así es como nos hemos enseñado los unos a los otros a vivir. Dramas familiares que pierden todo el dramatismo al ser recordadas porque prima en ellos cualquier situación surrealista protagonizada por alguno de sus miembros, bien sea el sorpresivo ingreso en urgencias de un hospital, una prueba médica convertida en el epicentro de todos los chistes o un tanatorio siendo escenario de un auténtico “planazo” (…). Siete hermanos, y sus múltiples amigos, protagonistas de una vida digna de ser contada, de historias que dan incluso para escribir un libro”.




Andrea comenzó explicando algo el contenido del libro y resaltando que, en definitiva, este libro era un sentido homenaje que hacíamos nuestra familia a nuestra madre, sentada en las primeras sillas. Andrea leyó algunos pasajes del libro que hacen referencia a mi madre, que escuchó de manera muy atenta, incluso llevando la contraria a Andrea en alguna afirmación (como que a veces hacía trampas a las cartas). Copio un breve párrafo de lo que leyó Andrea: “La “señora Estupenda” [así la llamamos en clave de humor] hace todo lo que esté al alcance de su mano para que nosotros, sus hijos, no nos preocupemos por nada. «Dile a tus hermanos que estoy muy bien, que como bien, que duermo bien. Que estoy muy contenta y que aquí me tratan muy bien. Estoy estupendamente». «Y si no –dice a la vez que señala su bastón–, aquí tengo yo esto para poner la cosas en su sitio». Siempre saca el lado bueno de todo y siempre manifiesta una actitud abierta a disfrutar de lo que sea –un baile, una partida de cartas, el dominó, un bingo, etc.– porque de lo que se trata es de pasarlo bien, adaptarse a lo que venga y no dar la brasa. (…) Nunca fue una madre posesiva ni agonías, tampoco con las necesidades económicas que teníamos, que no eran pocas. Todos pusimos de nuestra parte para que cada uno fuera encontrando su sitio y facilitar las cosas a mi madre. Y ella llevó todo esto con ese carácter que tiene, despreocupado y viendo el lado positivo de todo”.






Al acabar este pequeño homenaje a mi madre, le entregamos un ramo de flores y un regalo que viene repitiéndose de manera sorpresiva en mi familia desde hace ya muchas décadas, más de treinta, una puñetera pistola que aparece siempre escondida en los sitios más insospechados (por ejemplo, a mi hermano Alberto, en su boda, antes del tradicional vals, los camareros le acercaron con mucha pompa una bandeja donde estaba la dichosa pistola). Una broma familiar con la que mi madre, que no se la esperaba, se rio bastante.


Luego, tuvo lugar la primera actuación musical del grupo de chavales. En este primer bloque, interpretaron canciones de Ducan Dhu, Nino Bravo, la canción de Heidi, una de Julio Iglesias, otra de Raphael y también de Mocedades. A continuación, Andrea presentó a cada uno de los intervinientes. Comenzó Carmen y después Camacho. En ese momento, el grupo musical volvió a entrar en escena con otra breve actuación, ahora con canciones de Palito Ortega, Fórmula V, Los Brincos, Luis Aguilé y, cómo no, no podía faltar el gran Georgie Dann con su ya mítica “La barbacoa”, coreada por todos los asistentes, como el resto de las canciones. Al acabar, intervino Quique y finalizaron las intervenciones con Pili. 


Hay que destacar el ánimo con el que los cuatro aceptaron el marrón de preparar un texto que, reconozco, no es nada fácil de escribir  pues se trataba de decir algo del libro y de la familia con un tono entre serio y divertido. Como colofón, Andrea les entregó a cada uno un regalo que, muy bien envueltos, escondían una broma para cada uno de ellos. Unas brevas para la Carmen (ella siempre llamaba a mi madre doña Higo y mi madre la trataba de doña Breva), una fotografía enmarcada y dedicada de Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, para Camacho, atlético y antimadridista; a Quique, una lata de callos, uno de sus platos preferidos; y a Pili, muy bien camuflados, unos polvorones que, como la pistola, aparecen en los sitios más descabellados como sorprendente regalo. 

Antes de la clausura, yo dije unas palabras para agradecer a todas las personas que habían hecho posible este acto y el libro que empezaríamos a repartir al finalizar. Pero la clausura también tuvo su momento musical, pues los músicos nos animaron a ponernos a todos de pie para cantar de manera encendida el himno del Rayo Vallecano, el equipo de nuestro barrio.




Luego empezaron a circular los botellines. Gracias a la profesionalidad de María Alejandra y su equipo, disfrutamos de una generosa merienda, variada y muy bien preparada. A la merienda se añadieron unos cien filetes rusos que había traído mi hermana Mari Carmen sabiendo la debilidad que tenemos todos en la familia por este plato (y mas si los filetes los ha hecho ella).



Vinieron gente muy, muy querida y apreciada, como mi tía Inés, mi primo Carlos y también Isabel, su vecina de toda la vida, gran amiga también de mi madre. Mis primos Silvia y Pedrín que nos echaron un capote con los preparativos (en casa de Silvi nos fuimos a tomar algo después de recoger todas las cosas) y mi prima Mari Carmen, una de las hijas de mi tía Carmen. Apareció Jacinto, el camarero de toda la vida del bar Dones, ya jubilado, muy apreciado por todos nosotros. La Sole, muy amiga de todos, y que llevaba La Boutique del Pan, una tienda que hay justo enfrente del portal de mi casa. Muchos vecinos e hijos de los vecinos, como José Luis y su hermana Yoli, Lauri, Tere y Juan, su marido, las hijas de Carmen y Marcos, Elisabet y Elena, y Carmen, la mujer de Cuevas, otra vecina de toda la vida. 

Estuvieron César y Rafa, a quien tanto quiere toda mi familia. Rafa es el autor del epílogo, del que reproduzco un par de párrafos: “Conocí a la familia Torrecilla hace más de cuarenta años. (…) Era, es, una familia de lo que me gusta llamar el pueblo-pueblo, la gente que no va de nada, que se amolda a las grietas de la vida, agradables unas, dolorosas otras, pero siempre sin alzar el grito ni la pena. (…) Cuando existe esa felicidad que no se nombra nunca como tal, el primer resultado es la alegría y el buen humor. Y, como en un círculo virtuoso, ese buen humor contribuye a la felicidad. Ese era el ambiente que yo vi en aquellas veces que fui a comer a casa de Adolfo. Ese es el ambiente en el que me siento a gusto, con la naturalidad de la vida sin más, sin falsas cortesías, sin remilgos”.

           También estuvieron amigos de mi hermano Antonio (el Ruda, Rocío, Cristina, Antonio, Marta, Eduardo, Merche, Javi, Manuel y Óscar); amigas de mi hermana Loli, como María José,  Milagros y Daniel, su marido, a quienes hacía tiempo que no veía; Sonia y Samuel, la mujer y el hijo de Camacho; los hermanos y cuñados de José, quien, por el trabajo, llegó a la presentación casi al final: Mari, Fede, Antonio y Conchi. Y también Isra y Cris. Me dio mucha alegría ver a José Félix con su mujer Belén y Lorenzo, su hijo. Lo mismo que ver a Fernando, Alberto, Goyo, Pedro, José Luis, Enrique y a Arturo, que nos solucionó antes de empezar algunos problemas con los altavoces. Y mis compañeros de trabajo: Antonio (y su hijo Dani, buen amigo), Paco y Ana Isabel, Pablo y Miriam y Cristina. A todos estos hay que sumar algunos amigos de mi hermano Alberto, Jaime (vecino del 24), mis sobrinos (Álvaro, Candela, Rubén), Elisa, mi cuñada, David, el novio de Andrea (que hizo de cámara), y Mila, su madre. Dos vallecanos de pro, incondicionales en estas presentaciones, como son Carlos y Nano (el Percha). También Luis, mi vecino. Y dos personajes muy excepcionales, que hacía tiempo que no veíamos: Jorge y Merche, vecinos de toda la vida: Jorge era un asiduo a la San Silvestre vallecana en Dones y es el protagonista de las coplas que cantábamos en el bar cuando ya la carrera había finalizado, momento que sale en Libro de Familia.






Y dejo para el final a algunas personas que ocuparon un lugar muy especial en esta presentación: Rosa, la novia de mi hermano Ángel (ya fallecido hace muchos años): de los dos hablo en el libro; mis hermanos Mari Carmen, Antonio, Alberto, Loli y Ricardo (que me han ayudado en todos los preparativos) y, por supuesto, mi madre, a la que se veía subida en una nube y feliz, y más todavía cuando descubrió que la habíamos llevado también sus bollos preferidos. 

Nos lo pasamos muy bien, todo hay que decirlo, a lo que sin duda contribuyeron los botellines de Mahou que nos tomamos. Solo por la presentación, ha merecido la pena escribir este libro de recuerdos, historias, anécdotas. Me lo he pasado muy bien escribiendo muchos capítulos, aunque con otros los sentimientos han estado más a flor de piel, como los capítulos que dedico a mi padre y a mi hermano Ángel.

Un libro, quiero subrayarlo, sin pretensiones de nada, con el que lo único que he buscado ha sido pasar un buen rato para reconstruir un modelo y un estilo de vida familiar que se encuentra, quizás, en vías de extinción. Como escribo en el prólogo: “Intento no caer en la nostalgia, pero sé que no lo he conseguido. No resulta fácil esquivar estos sentimientos cuando uno regresa a su infancia y recupera muchos momentos del pasado, un pasado que no va a volver y que se agranda a medida que el futuro mengua. Sí, nos estamos haciendo mayores”.
























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