lunes, 6 de abril de 2015

“Tiros al blanco. Periodismo bajo las bombas”, de José Luis Salado


En los últimos años estamos asistiendo a la recuperación de destacados periodistas de la primera mitad del siglo XX que ejercieron su oficio con profesionalidad y una alta calidad periodística y literaria. Por motivos políticos, como fue el caso de Manuel Chaves Nogales, sus escritos quedaron sepultados por la indiferencia. Pero ahora estamos en un tiempo de recuperaciones, como la de Chaves Nogales, del que ya se ha publicado casi todo lo que escribió. Y lo mismo ha pasado con otros destacados periodistas, como Augusto Assía y Gaziel, por citar solo dos recuperaciones recientes. Por su trascendencia, son estas, quizás, las más llamativas, aunque desde hace años ha habido editores que vienen rescatando la obra de periodistas y escritores menos importantes pero que ayudan a entender con más precisión el convulso clima y la realidad política de los años de la Guerra Civil española. Es el caso, por ejemplo, de la sevillana editorial Espuela de plata, que dirige Abelardo Linares, donde se han publicado destacados libros de escritores más o menos olvidados. Por destacar alguno, cito a Alfredo Muñiz García, autor de Días de horca y cuchillo. Viene bien echar un vistazo al catálogo de la colección "España en armas", de Espuela de plata.
            Ahora, también en Espuela de plata, le toca el turno al periodista vallisoletano José Luis Salado, que colaboró en el diario republicano La Voz, que se publicó de 1920 a 1939 y fue de los pocos periódicos que mostraron la vida madrileña durante la Guerra hasta febrero de 1939, cuando entraron en la capital las tropas franquistas. José Luis Salado empezó a colaborar en este diario en agosto de 1936; llegó, incluso, a ser director antes de ser movilizado y dejar la dirección. Al acabar la Guerra se exilió primero en Orán, destino de muchos exiliados, luego se trasladó a Francia y después a Moscú, donde trabajó como traductor de textos burocráticos y corrector de estilo hasta su muerte en 1956.


            José Luis Salado fue uno de los periodistas a los que Juan A. Ríos Carratalá dedicó el libro Hojas volanderas. Periodistas y escritores en tiempos de República, publicado también en la editorial Espuela de plata en 2011. Los otros periodistas que aparecen en este libro, continuación de alguna manera de otro anterior del autor, El tiempo de la desmesura. Historias insólitas del cine y la Guerra Civil (publicado en Barcelona en 2010), fueron Jacinto Miquelarena, León Vidaller y Mateo Santos. En Hojas volanderas se describe la trayectoria humana y profesional  de José Luis Salado y su labor como crítico del mundo del espectáculo, al que estuvo dedicado toda la vida. Fue autor de varias novelas galantes, de letras de foxtrot y conoció como pocos los entresijos de la farándula teatral y cinematográfica. Salado, un antifascista comprometido, no estuvo afiliado al PCE, aunque sí estuvo en su órbita. Entre otros medios, colaboró también en El Mono Azul. En Madrid, durante la guerra, entabló amistad con el corresponsal y escritor ruso Ilya Eherenburg.


            Tiros al blanco contiene una selección de sus colaboraciones en el periódico La Voz (que pertenecía a los mismos propietarios que El Sol) realizada también por Juan A. Ríos Carratalá. Comenzó a escribir en agosto de 1936, poco tiempo después de iniciada la Guerra, cuando las tropas franquistas combatían con las republicanas cerca de la capital. Sobre estas acciones bélicas escribe sus primeras crónicas, cargadas de un parcial idealismo bélico y épico. Conviene no olvidar que durante toda la Guerra, en los dos bandos, la prensa era un arma de movilización y propaganda controlada por la censura gubernamental. Y a esta censura, que apoyaba el autor sin fisuras, se sometió Salado, un periodista que combatió contra los sublevados desde el periodismo y desde su fidelidad a la ciudad de Madrid, en la que permaneció hasta la entrada de las tropas franquistas.
            Sin embargo, muy pronto sus crónicas se decantan a su auténtica especialidad: los entresijos del mundo del espectáculo, que conocía como nadie. A la situación del teatro, y en parte también del cine, durante la Guerra Civil dedica la mayoría de sus crónicas, aunque también hay algunas de tono más costumbrista que abordan cuestiones relacionadas con la difícil vida en Madrid durante la Guerra.
            El tono de muchos de estos artículos es de denuncia: Salado crítica duramente la actitud de muchos escritores republicanos que han movido sinuosamente los hilos para abandonar Madrid bien para trasladarse a Valencia, la capital durante la Guerra, donde se llevaba una vida más tranquila y placentera, bien para irse al extranjero, sobre todo a Buenos Aires, capital del mundo del espectáculo fuera de España, lugar al que fueron a parar muchos escritores y actores para seguir trabajando y estrenando. Salado es el autor de la difundida expresión “el Levante feliz” con la que denunció el arribismo y la huida de políticos y escritores hacia un lugar más pacífico, donde según el autor se vivía de espaldas a la dura realidad que estaban padeciendo los auténticos defensores de la República, que se habían quedado en Madrid.


            Sus encendidos dardos van también dirigidos a los escritores que han abandonado España y, también, la República. Salado crítica duramente a Pío Baroja y Azorín, residentes en París, quienes están haciendo el juego al fascismo, según él. También a Pérez de Ayala, Marquina, Arniches, Ortega y Gasset… A Chaves Nogales, que abandonó Madrid para refugiarse en París, lo define como “equilibrista” en un artículo escrito el 8 de junio de 1937. También denuncia cómo otros famosos periodistas, como Gaziel, director de la Vanguardia, se refugiaron cómodamente en Bogotá a la espera de que acabase la Guerra.
            Pero sus críticas más duras van contra la calidad del teatro: para Salado, “el teatro que se hace en Madrid -¿en Madrid únicamente?- es del malo, del peor”. Su conocimiento de lo que está pasando lo demuestra recorriendo las carteleras madrileñas. De los veinte teatros que hay abiertos en Madrid, sólo tres contienen espectáculos dignos. El resto, siguen anclados en las rémoras tradicionales de lo soez y lo frívolo. “Ahora, ¡ay!, están en el poder todos los partidos políticos del fandango y la media granadina”. “Los autores (…) creen que antifascismo quiere decir plebeyez mental”. “La batalla contra el teatro frívolo (…) es mucho más difícil que la de Brunete”.
Salado denuncia la mediocridad, la falta de objetivos políticos, la ausencia –salvo honrosas excepciones- de un auténtico teatro revolucionario. Para él, “a lo mejor –a lo peor-, lo que ocurre es que todavía no está maduro nuestro teatro para experimentos de tipo revolucionario. Falta perspectiva de guerra en los autores; en los autores y en el público. Tenemos la lucha demasiado encima de nosotros para que la literatura que extraigamos de ella alcance una auténtica emoción. Es decir, que mientras surge sin prisas, a su tiempo, bien maduro, el auténtico autor de la revolución –de la revolución o de la guerra: para nosotros es lo mismo- habrá que recurrir a los consagrados. Y esto nos trae a los puntos de la pluma, sin el menor ánimo de molestar a nadie, una pregunta que no hay manera de evitar: ¿Se sabe qué ha sido de los autores consagrados? ¿Se sabe dónde están metidos?”.
            

A la espera de ese teatro, que llegó con cuentagotas, Salado denuncia las insípidas y mediocres obras que escribieron muchos autores republicanos, como el soldado Pepe García (cita otros muchos autores), que para él no tenían ni la más mínima calidad, por mucho que su autor fuera un antifascista archiconocido. Esta misma actitud de dar por bueno cualquier cosa que tuviera el marbete de antifascista se extendió a los actores y actrices, de las que se valoraba más su actitud política que su dominio de la representación. Así lo denuncia el autor: “Ahora, por ejemplo, les dicen a ustedes las vedettes: “Sí, es verdad que yo no canto y apenas si hablo, y que no sé bailar ni un modesto pasodoble, y que se me desborda el tejido adiposo por encima de la trusa, pero ¡vivan los sindicatos!”. Salado no soporta el vodevil procaz ni chabacano repleto de enredos turbios cargados de una gran sexualidad. Y, con ironía, denuncia también la actitud complaciente de los espectadores, quienes siguen exigiendo lo mismo que antes de la Guerra aunque ahora cambie el modo de pedirlo: “¡Que enseñe el pecho la compañera artista!”. Más censor, brutal y explícito se muestra Salado con la actitud de algunos autores: “El día en que metamos en la cárcel a dos o tres autores, podremos ir al teatro sin mucha repugnancia”.
            Hay que destacar el trabajo realizado por José A. Ríos Catarralá en esta edición. Salado apenas habla en estos artículos de los que más adelante serían, para los historiadores, los grandes protagonistas de la cultura republicana durante la Guerra. Como escribe Ríos Catarralá, “el filtro de la historia todavía no había actuado para establecer jerarquías”. Para Salado, los protagonistas del mundo del espectáculo son, en su mayoría, personajes hoy olvidados: por eso, para facilitar la lectura y la comprensión, esta obra viene con cantidad de notas a pie de página para explicar quiénes son. El panorama que presenta es muy interesante y real, un excelente fresco de la vida cotidiana en la capital en un momento tan anómalo y complicado, con el frente a la vuelta de la esquina.
  

Tiros al blanco. Periodismo bajo las bombas
José Luis Salado
Espuela de plata. Sevilla (2015)
280 págs. 18 €.

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