En los últimos años estamos asistiendo a
la recuperación de destacados periodistas de la primera mitad del siglo XX que
ejercieron su oficio con profesionalidad y una alta calidad periodística y
literaria. Por motivos políticos, como fue el caso de Manuel Chaves Nogales,
sus escritos quedaron sepultados por la indiferencia. Pero ahora estamos en un
tiempo de recuperaciones, como la de Chaves Nogales, del que ya se ha publicado
casi todo lo que escribió. Y lo mismo ha pasado con otros destacados
periodistas, como Augusto Assía y Gaziel, por citar solo dos recuperaciones
recientes. Por su trascendencia, son estas, quizás, las más llamativas,
aunque desde hace años ha habido editores que vienen rescatando la obra de periodistas
y escritores menos importantes pero que ayudan a entender con más precisión el convulso clima y la
realidad política de los años de la Guerra Civil española. Es el caso, por
ejemplo, de la sevillana editorial Espuela de plata, que dirige Abelardo
Linares, donde se han publicado destacados libros de escritores más o menos olvidados. Por destacar
alguno, cito a Alfredo Muñiz García, autor de Días de horca y cuchillo. Viene bien echar un vistazo al catálogo de la colección "España en armas", de Espuela de plata.
Ahora,
también en Espuela de plata, le toca el turno al periodista vallisoletano José
Luis Salado, que colaboró en el diario republicano La Voz, que se publicó de 1920 a 1939 y fue de los pocos periódicos
que mostraron la vida madrileña durante la Guerra hasta febrero de 1939, cuando
entraron en la capital las tropas franquistas. José Luis Salado empezó a
colaborar en este diario en agosto de 1936; llegó, incluso, a ser director
antes de ser movilizado y dejar la dirección. Al acabar la Guerra se exilió
primero en Orán, destino de muchos exiliados, luego se trasladó a Francia y
después a Moscú, donde trabajó como traductor de textos burocráticos y
corrector de estilo hasta su muerte en 1956.
José
Luis Salado fue uno de los periodistas a los que Juan A. Ríos Carratalá dedicó el libro Hojas volanderas.
Periodistas y escritores en tiempos de República, publicado también en la
editorial Espuela de plata en 2011. Los otros periodistas que aparecen en este
libro, continuación de alguna manera de otro anterior del autor, El tiempo de la desmesura. Historias insólitas del cine y la Guerra Civil (publicado en Barcelona en 2010),
fueron Jacinto Miquelarena, León Vidaller y Mateo Santos. En Hojas volanderas se describe la
trayectoria humana y profesional de José
Luis Salado y su labor como crítico del mundo del espectáculo, al que estuvo
dedicado toda la vida. Fue autor de varias novelas galantes, de letras de
foxtrot y conoció como pocos los entresijos de la farándula teatral y
cinematográfica. Salado, un antifascista comprometido, no estuvo afiliado al
PCE, aunque sí estuvo en su órbita. Entre otros medios, colaboró también en El Mono Azul. En Madrid, durante la
guerra, entabló amistad con el corresponsal y escritor ruso Ilya Eherenburg.
Tiros al blanco contiene una selección
de sus colaboraciones en el periódico La
Voz (que pertenecía a los mismos propietarios que El Sol) realizada también por Juan A. Ríos Carratalá. Comenzó a
escribir en agosto de 1936, poco tiempo después de iniciada la Guerra, cuando
las tropas franquistas combatían con las republicanas cerca de la capital.
Sobre estas acciones bélicas escribe sus primeras crónicas, cargadas de un
parcial idealismo bélico y épico. Conviene no olvidar que durante toda la
Guerra, en los dos bandos, la prensa era un arma de movilización y propaganda
controlada por la censura gubernamental. Y a esta censura, que apoyaba el autor sin fisuras, se
sometió Salado, un periodista que combatió contra los sublevados
desde el periodismo y desde su fidelidad a la ciudad de Madrid, en la que
permaneció hasta la entrada de las tropas franquistas.
Sin
embargo, muy pronto sus crónicas se decantan a su auténtica especialidad: los
entresijos del mundo del espectáculo, que conocía como nadie. A la situación
del teatro, y en parte también del cine, durante la Guerra Civil dedica la
mayoría de sus crónicas, aunque también hay algunas de tono más costumbrista
que abordan cuestiones relacionadas con la difícil vida en Madrid durante la
Guerra.
El
tono de muchos de estos artículos es de denuncia: Salado crítica duramente la actitud
de muchos escritores republicanos que han movido sinuosamente los hilos para
abandonar Madrid bien para trasladarse a Valencia, la capital durante la
Guerra, donde se llevaba una vida más tranquila y placentera, bien para irse al
extranjero, sobre todo a Buenos Aires, capital del mundo del espectáculo fuera
de España, lugar al que fueron a parar muchos escritores y actores para seguir
trabajando y estrenando. Salado es el autor de la difundida expresión “el Levante
feliz” con la que denunció el arribismo y la huida de políticos y escritores
hacia un lugar más pacífico, donde según el autor se vivía de espaldas a la
dura realidad que estaban padeciendo los auténticos defensores de la República,
que se habían quedado en Madrid.
Sus
encendidos dardos van también dirigidos a los escritores que han abandonado
España y, también, la República. Salado crítica duramente a Pío Baroja y
Azorín, residentes en París, quienes están haciendo el juego al fascismo, según
él. También a Pérez de Ayala, Marquina, Arniches, Ortega y Gasset… A Chaves
Nogales, que abandonó Madrid para refugiarse en París, lo define como
“equilibrista” en un artículo escrito el 8 de junio de 1937. También denuncia
cómo otros famosos periodistas, como Gaziel, director de la Vanguardia, se
refugiaron cómodamente en Bogotá a la espera de que acabase la Guerra.
Pero
sus críticas más duras van contra la calidad del teatro: para Salado, “el
teatro que se hace en Madrid -¿en Madrid únicamente?- es del malo, del peor”.
Su conocimiento de lo que está pasando lo demuestra recorriendo las carteleras
madrileñas. De los veinte teatros que hay abiertos en Madrid, sólo tres
contienen espectáculos dignos. El resto, siguen anclados en las rémoras
tradicionales de lo soez y lo frívolo. “Ahora, ¡ay!, están en el poder todos
los partidos políticos del fandango y la media granadina”. “Los autores (…)
creen que antifascismo quiere decir plebeyez mental”. “La batalla contra el
teatro frívolo (…) es mucho más difícil que la de Brunete”.
Salado denuncia
la mediocridad, la falta de objetivos políticos, la ausencia –salvo honrosas
excepciones- de un auténtico teatro revolucionario. Para él, “a lo mejor –a lo
peor-, lo que ocurre es que todavía no está maduro nuestro teatro para
experimentos de tipo revolucionario. Falta perspectiva de guerra en los
autores; en los autores y en el público. Tenemos la lucha demasiado encima de
nosotros para que la literatura que extraigamos de ella alcance una auténtica
emoción. Es decir, que mientras surge sin prisas, a su tiempo, bien maduro, el
auténtico autor de la revolución –de la revolución o de la guerra: para
nosotros es lo mismo- habrá que recurrir a los consagrados. Y esto nos trae a
los puntos de la pluma, sin el menor ánimo de molestar a nadie, una pregunta
que no hay manera de evitar: ¿Se sabe qué ha sido de los autores consagrados?
¿Se sabe dónde están metidos?”.
A
la espera de ese teatro, que llegó con cuentagotas, Salado denuncia las
insípidas y mediocres obras que escribieron muchos autores republicanos, como
el soldado Pepe García (cita otros muchos autores), que para él no tenían ni la
más mínima calidad, por mucho que su autor fuera un antifascista archiconocido.
Esta misma actitud de dar por bueno cualquier cosa que tuviera el marbete de
antifascista se extendió a los actores y actrices, de las que se valoraba más
su actitud política que su dominio de la representación. Así lo denuncia el
autor: “Ahora, por ejemplo, les dicen a ustedes las vedettes: “Sí, es verdad
que yo no canto y apenas si hablo, y que no sé bailar ni un modesto pasodoble,
y que se me desborda el tejido adiposo por encima de la trusa, pero ¡vivan los
sindicatos!”. Salado no soporta el vodevil procaz ni chabacano
repleto de enredos turbios cargados de una gran sexualidad. Y, con ironía,
denuncia también la actitud complaciente de los espectadores, quienes siguen
exigiendo lo mismo que antes de la Guerra aunque ahora cambie el modo de
pedirlo: “¡Que enseñe el pecho la compañera artista!”. Más censor, brutal y explícito
se muestra Salado con la actitud de algunos autores: “El día en que metamos en la
cárcel a dos o tres autores, podremos ir al teatro sin mucha repugnancia”.
Hay
que destacar el trabajo realizado por José A. Ríos Catarralá en esta edición.
Salado apenas habla en estos artículos de los que más adelante serían, para los
historiadores, los grandes protagonistas de la cultura republicana durante la
Guerra. Como escribe Ríos Catarralá, “el filtro de la historia todavía no había
actuado para establecer jerarquías”. Para Salado, los protagonistas del mundo
del espectáculo son, en su mayoría, personajes hoy olvidados: por eso, para
facilitar la lectura y la comprensión, esta obra viene con cantidad de notas a
pie de página para explicar quiénes son. El panorama que presenta es muy interesante y real, un excelente fresco de la vida cotidiana en la capital
en un momento tan anómalo y complicado, con el frente a la vuelta de la esquina.
Tiros al blanco. Periodismo bajo las
bombas
José
Luis Salado
Espuela
de plata. Sevilla (2015)
280 págs. 18 €.
280 págs. 18 €.
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