Afonso Cruz
(Figueira da Foz, 1971) es un autor portugués polifacético que ha cosechado
importantes premios literarios en su país y en el extranjero, entre otros el
Premio de la Literatura Europea de 2010. Ha publicado más de diez libros, todos
ellos con un original fórmula literaria, una mezcla de realidad y ficción que
siempre busca esclarecer algún aspecto esencial del hombre. Como se puede
comprobar en otras dos obras publicadas en castellano –Jesucristo bebía cerveza (2014) y La muñeca de Kokoscha (2015)-, su opción por la narrativa
vanguardista lo convierten en un escritor minoritario, pues sus historias carecen
de un desarrollo argumental sólido, carencia que en su caso es una inequívoca
seña de identidad de su personal apuesta literaria. Por los temas que elige y
la manera de abordarlos, su literatura se emparenta con las fábulas infantiles
y poéticas, con una concepción deliberadamente naif de la literatura.
En
esta ocasión, Afonso Cruz se inspira en algunos sucesos de la historia de su
familia relacionados con sus abuelos para contar la vida de un pintor, Josef
Sors, con pasajes reales de su biografía reales y otros que proceden de la
imaginación del autor.
Josef
nace a finales del siglo XIX en un pueblo centroeuropeo. Su padre es mayordomo
y su madre planchadora. La casa donde bien y trabajan pertenece al coronel del
ejército Möller, padre de un hijo, Wilhelm, de la misma edad que Josef. Los dos
se crían juntos y tiene como preceptor a Havel Kopecky. Mientras Wilhelm se
inclina por los libros, Josef se siente llamado por la pintura. La novela
avanza a golpe de breves escenas fantásticas y realistas en las que se cuentan
retazos de la vida familiar, estudiantil y amorosa, con reacciones imaginativas
y sorprendentes de los personajes, como el padre de Josef, que mata de una
manera ingenua al mejor amigo del coronel y es condenado a la horca.
No
acaban ahí las desgracias familiares. Josef es llamado a filas para combatir en
la Primera Guerra Mundial. Más adelante, tienen que abandonar la casa del
coronel. Su madre, además, presenta signos de locura. Ingresada en un
manicomio, Josef decide viajar a Estados Unidos donde se encuentra trabajando
un antiguo compañero del ejército. Los años pasan sin que Josef acabe de
encontrar su sitio en el mundo. Más adelante, decide regresar para volver a ver
a su madre, pero el manicomio ha sido destruido por los nazis. Para evitar ser
deportado, acaba huyendo a Lisboa. Allí es detenido y en un viaje a un campo de
refugiados en Figueira da Foz consigue escaparse y vivir escondido en la casa
de los abuelos del autor del libro, fotógrafos de profesión. Pero Josef es una
persona inquieta que sigue buscando.
Aparentemente, pasan muchas cosas, pero el argumento es
lo de menos. Sorprende la manera de contar las cosas y las ocurrencias del
autor, con un estilo poético e ingenuo que se detiene en detalles especiales y secundarios,
aparentemente incoherentes. Josef está obsesionado con pintar ojos y su teoría
de la dispersión humana fundamenta las decisiones que toma en su camino como
persona y como pintor. A la vez, el autor salpica la narración con reflexiones
literarias, artísticas, filosóficas llenas de plasticidad y ambigüedad. Llama
mucho la atención el estilo del autor, en las antípodas del realismo
tradicional. Apuesta, pues, original pero arriesgada la de Afonso Cruz que
consigue en esta ocasión un bello e imaginativo relato.
Un pintor debajo de un fregadero
Afonso Cruz
Rayo Verde.
Barcelona (2017)
192 págs. 18 €.
T.o.: O pintor debaixo do lava-loiças.
Traducción: Teresa
Matarranz.
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