El
primer poemario de Almudena Molina, estudiante de Filosofía y Filología en la
Universidad de Navarra, sintetiza bastante bien sus inquietudes intelectuales y
personales: hay en sus poemas un apasionado y profundo amor a las palabras y un
trabajo por trascender la realidad y entender mejor el sentido del mundo.
Además, este poemario refleja también la madurez de una escritora tras años de
escribir y escribir. Se nota una intención estética, un sentido, una unidad.
Como escribe Mariaje Ruiz en la contracubierta del libro, los versos de
Almudena Molina “revelan un profundo mundo interior y una intensidad que sin
duda nace de lo más hondo”.
No estamos ante una poeta joven que
se haya dejado llevar por algunos tics que vemos en cierta poesía actual: no
hay un radical y social y prefabricado enfrentamiento con el mundo, no hay
emotividad a raudales ni hay tampoco una preferencia por ese estilo declamativo
que recurre a previsibles efectos sintácticos y gramaticales con una finalidad
meramente atmosférica. Almudena Molina (Madrid, 1996) confiesa sin dudarlo sus
preferencias poéticas, que van del clasicismo espiritualista de San Juan de la
Cruz a la poesía existencial y terrestre
de Blas de Otero pasando por la poesía de lo cotidiano y la normalidad de José
Hierro.
Se nota, pues, en Almudena Molina
una inquietud por aferrarse cariñosamente a la realidad en la que vive,
comprender bien sus múltiples sentidos y estrujar al máximo esa realidad para
encontrar un algo más, un sentido oculto que es el que da sentido a todas las
cosas. Lo hace desde la individualidad poética, buceando en su interioridad
para encontrar expresiones ajustadas a esas inquietudes. Lo vemos de manera muy
directa en sus primeros poemas, donde una y otra vez muestra su deseo para que
las palabras sean vivas y no muertas, sentidas y no tópicas, esenciales y no
decorativas. En estos primeros poemas, hay intensidad, concentración,
esencialidad, reforzada con ingeniosas imágenes: “espejo de silencio”, “pólvora
en los pulmones”, aunque a veces estas imágenes se fuercen en exceso, como en
“beber veneno del cielo, / y centellear tu sangre”.
La mirada al mundo exterior actual
es cariñosa y, a la vez, crítica, como en su poema “Vuelve Narciso”. Y,
partiendo de ahí, se da el salto hacia el sentido último y amoroso: “Ya estás
otra vez, Señor, / probando mi corazón”. Como en San Juan de la Cruz, hay una
emoción contenida para que el yo sea transformado, reconociendo los límites
personales: “Mi corazón / es de papel de periódico / mojado”.
El título del libro, tomado de uno
de sus poemas, es una acertada imagen, algo irónica, para explicar este camino,
ya transitado pero contemporáneo: las imágenes que las ruedas del coche van dejando
en la carretera del paso del tiempo; como dice Molina, “lo nuestro es un amor
viejo,/ amor remolcado, de carretera”. Y sacando partido a la imagen, concluye
con una declaración de intenciones más que existencial: “soy amante de
neumáticos desgastados / y de roderas sobre asfalto. / Dentro de poco nos
veremos; / ya sabes que soy cliente / en tus gasolineras / más concurridas”.
Roderas
Almudena Molina Madrid
Seleer. Madrid (2017)
72 págs. 11 €.
www.editorialseleer.com
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