lunes, 1 de diciembre de 2014

“La quinta esquina “, de Izraíl Métter

          

  En la editorial Libros del Asteroide, con la traducción de Selma Ancira, se publica la mejor novela del escritor ruso Izaíl Métter (1909-1996), editada en Lumen hace diez años. Posteriormente, en 2001, se publicó el volumen Genealogía y otros relatos, conjunto de narraciones de tono autobiográfico marcadas por el origen judío de este autor ruso que trabajó como profesor de matemáticas.
Genealogía... contiene un prólogo de Ricardo San Vicente, responsable también de la traducción de los relatos, que analiza el papel de Métter en la literatura rusa del siglo XX. Si bien escribió guiones cinematográficos y obras de teatro después de la Segunda Guerra Mundial y publicó algunas exitosas novelas durante el periodo soviético (como Mukthar, de 1960), las más importantes, y las más auténticas y de más calidad –como La quinta esquina (1989) y Genealogía... (1992)-, se publicaron después de la caída de la URSS. En ellas, Métter muestra su visión desesperanzada del comunismo, que ahogó para él todas las libertades. “Mi patria, Rusia –escribe Métter en una entrevista que forma parte de este interesante prólogo-, es un campo de pruebas donde la historia realiza sus experimentos sociales, y donde además no tiene en cuenta el destino de cada uno de los hombres aislados. El individuo se enreda entre las patas de la historia y ésta pasa por encima de él y lo convierte en polvo, y por muchas veces que el hecho se produzca, sólo llegamos a comprenderlo, preparados ya para una nueva espiral de errores”.
Y sobre el antisemitismo que tuvo que padecer en la URSS durante muchos años, especialmente en su juventud y en sus inicios como escritor, escribe: “Desde niño me he acostumbrado a percibir el aliento pestilente del antisemitismo a mis espaldas. Tal vez suene terrible, pero ¿se puede uno acostumbrar a la inmundicia? En cualquier caso, el complejo de inferioridad nacional es algo que me han infundido la calle y el Estado (...). El problema del antisemitismo en Rusia no se ha disuelto en el pasado. Hoy sigue vivo, y aunque de manera más velada que antes, representa una amenaza siempre poderosa”. También en esta entrevista destaca que más peligroso todavía que el antisemitismo es “el resurgir del comunismo”. “Stalin -dice Métter- mentía en todo cuanto hacía. Stalin logró, de un modo que hasta hoy me resulta incomprensible, no sólo esclavizar a un pueblo, sino además infundir a esos esclavos un amor incondicional hacia su verdugo”.
En La quinta esquina, su gran obra, aparecen de alguna manera estos temas envueltos en una trama centrada en el peso de la memoria, para la que se sirve el autor de su propia biografía. Fue escrita en la década del 60 y en 1964 apareció una edición de la novela bajo el título de Katia en la que habían sido suprimidos todos los pasajes políticos. La edición completa de la novela apareció en Rusia en 1989. El manuscrito de la edición íntegra lo tuvo escondido Métter por distintos rincones de su casa para que no fuese descubierto por el KGB. Tanto miedo tenía Métter a que lo descubriesen, que nunca entregó el manuscrito a una mecanógrafa, sino que “el texto lo picó con un solo dedo mi mujer y además en un único ejemplar”. Además de escritor, autor de una veintena de libros, Métter fue también profesor de matemáticas, como el protagonista de esta novela.
            Un inesperado intercambio epistolar con Zinaída Borísovna, la mujer de uno de sus grandes amigos de la infancia, Sasha Beliavski, muerto el primer año de la guerra contra Alemania, provoca un cataclismo personal en Boris, un maestro ruso jubilado y escritor aficionado. A partir de ese momento, de una manera fragmentada, sin un orden cronológico claro, el narrador, consciente de su insignificancia, recupera la época de su juventud, el trato con sus padres y amigos, sus relaciones laborales y destinos en diferentes ciudades soviéticas, el peso del estalinismo en su vida y, especialmente, su absoluta y absorbente pasión por Katia Golovánova, cómplice de una intensa, idealizada, imposible y problemática relación amorosa, el auténtico eje de la narración. Boris la conoció a los diecisiete años, cuando impartía clases particulares de Física. Desde ese momento, y durante más de quince años, “me quedé ciego y mudo de amor”.
Junto con el relato deslavazado de su insólita historia amorosa y de su complicada vida, víctima de la represión soviética por ser hijo de comerciante privado antes de la Revolución, lo que le ha condenado a pertenecer a la “quinta categoría”, sin apenas derechos sociales, Boris salpica su relato de inteligentes y valientes reflexiones sobre la vida en un estado comunista, como ésta: “Durante años y años, en nuestro país, hemos luchado por obtener el derecho a relatar en primera persona los hechos históricos de los que hemos sido testigos”. Tarea imposible en un país donde se controlaba absolutamente todo, desde la libertad de pensamiento hasta la manera de escribir literatura.
La novela se basa en los recuerdos, aunque en todo momento el propio narrador sabe que esos recuerdos están contaminados por la rutina de la propia vida. “Lo más difícil –escribe Metter-, cuando se recuerda la juventud, es limpiarse los pies en su umbral y entrar en ella desnudo, desprovisto de la experiencia y de los pensamientos actuales”. Para Boris, el amontonamiento de imágenes y sucesos del pasado y de su vida cotidiana, los recuerdos de sus amigos y familiares (es magnífico lo que escribe sobre la muerte de su madre), y el relato de sus convulsos e intermitentes reencuentros con Katia, le llevan también a enfrentarse críticamente con algunos aspectos de la dolorosa realidad soviética. El narrador, víctima de la paranoia de un régimen cada vez más totalitario, critica el endiosamiento de su líder, Stalin, su ascendiente sobre el pueblo, que lo ha convertido en un poderoso mito, y la negativa transformación de sus compatriotas en cómplices de la degeneración del régimen: “Él lo veía y lo oía todo, con los ojos y los oídos de los delatores. De ser una ocupación secreta y vergonzosa , la delación pasó a convertirse en un honorable deber cívico”.
Las palabras de Boris son especialmente emocionantes cuando describe el fatal final de algunos personajes cercanos a él, víctimas de la represión. Una de esas víctimas fue la propia Katia, detenida en 1949 por el KGB. El título de la novela hace referencia a la macabra práctica de los torturadores estalinistas contra sus víctimas, que consistía en encerrarlas en una habitación cuadrada y pedirles que buscasen la quinta esquina mientras las golpeaban brutalmente.
“Devolvedme al Járkov de mi pasado (...). La verdad que yo conocía. La fe en la que creía”. Esa es la máxima aspiración del protagonista, que ya anciano se refugia en el doloroso ejercicio de rememorar su vida para encontrar un asidero a la demencia sociológica que observa a su alrededor. Pero ya nada le satisface porque su destino se ha reducido a errar “entre tumbas imposibles de encontrar”. Y es que el régimen soviético consiguió durante décadas controlar todo, hasta los más ocultos pensamientos. Como escribe Boris, “el destino de las personas dejó de ser individual”. El Estado, insaciable, lo engulló todo.


La quinta esquina
Izraíl Métter
Libros del Asteroide. Barcelona (2014)
216 págs. 17,95 €. (papel) 10,99 €. (digital).
T.o.: Piatyi ugol.

Traducción: Selma Ancira.

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