Publicado en 1958, un año
después de Sábado por la noche y domingo por la mañana, su
debut literario, estos dos libros representan lo mejor de la
prolífica obra literaria de Alan Sillitoe (1928-2010), uno de los
máximos exponentes, junto con Kingsley Amis, John Braine y John
Osborne, de la denominada Angry Young Men, un grupo de
escritores que manifestaron su rechazo contra el devenir de la vida
política y literaria inglesa con un tipo de libros que mostraba, con
crudeza y al natural, la vida de la clase trabajadora inglesa tras la
Segunda Guerra Mundial. Sillitoe nació en la ciudad de Nottingham,
al norte de Inglaterra, y, como su padre, trabajó en una fábrica de
bicicletas, lo mismo que muchos de los personajes de sus libros.
Sábado
por la noche y domingo por la mañana y La soledad del
corredor de fondo exponen desde dentro la escala de valores de
una clase social cuyo horizonte vital consiste muchas veces es
sobrevivir como sea y en disfrutar de la vida de una manera muy a ras
de suelo, sin grandes expectativas y desconfiando de las grandes
ideas, de las autoridades y de todo lo que tiene a su alrededor. El
punto de vista de Sillitoe no coincide con el de muchos escritores de
izquierdas que a la hora de reflejar la difícil vida de los
trabajadores caen en un buenismo idealista y moralista que, en
su explícita moraleja, está fuera de la realidad.
Este
volumen está formado por un conjunto de relatos del que sobresale
con luz propia La soledad del corredor de fondo, del que existe una magnífica version cinematográfica de 1962 interpretada por Tom Courtenay y dirigida por Tony Richardson. Escrito en
primera persona, cuenta la vida del joven de diecisiete años Colin
Smith, recluido en un reformatorio después de haber sido detenido
por robar en una panadería. No es la primera vez que comete un
atraco; lleva ya tiempo dando pequeños golpes con otros amigos, su
única ambición. Vive con su madre y tres hermanos pequeños. Su
padre ha fallecido hace poco. En el reformatorio, descubre que se le
da bien correr campo a través, afición que le permite, mientras
corre, alejarse del reformatorio y soñar con algo parecido a la
libertad. En las últimas semanas, Colin, que va a representar al
reformatorio en una importante competición de atletismo, disfruta de
algunos privilegios y de más comodidades, con la confianza del
director de que sea el campeón.
Pero
Colin no es un personaje fácil de teledirigir ni de manipular. Lleva
en las venas la rebeldía social, el hartazgo de lo que algunos
entienden como vida honrada, la que le proponen en este caso los
miembros de una sociedad contra los que él está eternamente
enfrentado. Su relato es duro, sin aristas, tremendamente airado.
Colin no acepta integrarse en una sociedad que desprecia. En su
actitud no hay una solidaridad de clase, ni siquiera una rebeldía
política.
Intentando
describir la catadura moral y social del protagonista de esta
narración, escribe lo siguiente Kike Amat en el interesante prólogo
de esta edición: “Son las piezas que los sociólogos y los
trabajadores sociales nunca han sabido cómo agarrar. La clase se
define aquí por la ausencia completa de perspectivas halagüeñas,
no por la situación económica presente: su alineación es demasiado
profunda para solventarse con mejoras arquitectónicas, sociales,
educativas o laborales. Los personajes iniciales de Sillitoe son como
punks, skins y sans cultotes; su posición es el escupitajo y
el puñetazo y la farra, no la asamblea democrática ni la
manifestación reclamando derechos. El mandamiento principal es no
arrodillarse ni pedir limosna, el más alto atributo la dignidad
personal”.
Al
igual que en Sábado por la noche y domingo por la mañana,
que cuenta las vicisitudes laborales y amorosas del joven Arthur
Seaton, Sillitoe consigue que este relato esté repleto de
verosimilitud, acertando en la elección de las palabras y en la
descripción del carácter altivo y orgulloso del protagonista. No se
refleja, ciertamente, una realidad cómoda, pero el excelente trabajo
literario que realiza Sillitoe le sirve para describir la esencia
sórdida y beligerante de una realidad que resulta muy complicado de
atrapar.
El
resto de los relatos también se enmarcan en ese mismo ambiente
social. Sin embargo, en su desarrollo son más previsibles, con menos
garra, aunque tienen el plus de pintar sociológicamente y con
naturalidad el estilo de vida de la clase trabajadora, con personajes
orgullosos de su dignidad –lo único que muchas veces tienen- o que
son víctimas de la abulia, la desidia, del ambiente y las
circunstancias.
La soledad del corredor de fondo
Alan Sillitoe
Impedimenta. Madrid (2013)
246 págs. 19,95 €.
T.o.: The Loneliness of the Long Distance Runner. Traducción: Mercedes Cebrián.
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