Puede parecer increíble,
pero todavía existen en China campos de trabajo. calificados por el
régimen como centros de reeducación, con esa retórica dictatorial
propia de los regímenes totalitarios. Con datos proporcionados por
el Consejo de Derechos Humanos, en 2009 había 170.000 personas
recluidas en estos campos, culpables de cometer delitos muy
diferentes (desde criticar a las autoridades hasta por tráfico de
drogas). Estos días, marzo de 2013, se debate en la Asamblea
Nacional Popular del Parlamento de China la abolición o reforma de
unos centros que apenas cuentan con garantías procesales y jurídicas
y que fueron creados por Mao en la década de los 50 para combatir a
los “enemigos de clase”, cajón de sastre que, como en otros
países, sirvió para enviar como prisioneros a todos aquellos
sospechosos de no comulgar con el partido comunista chino.
Hay organizaciones que
llevan muchos años denunciando estos campos, que el régimen utiliza
también como mano de obra. El escritor Harry Wu pasó casi veinte
años ingresado en uno de estos campos, experiencia que contó en
Vientos amargos, publicado por la editorial Libros del
Asteroide en 2008. Wu fundó en 1992 The Laogai Research
Foundation, una ONG dedicada a denunciar ante la opinión pública
la falta de derechos humanos en China y la extensión de los campos
de trabajo. Sobre este asunto, Harry Wu ha publicado varios ensayos.
Vientos amargos es
un testimonio impactante porque desvela una situación poco conocida
en el mundo occidental, a pesar de las denuncias. Lo mismo sucede en
Corea del Norte, país en el que siguen existiendo hoy días campos
de este tipo. Este testimonio conecta también con el que escribió
Denise Affonço en El infierno de los jemeres rojos (Libros
del Asteroide), donde contó su dramática experiencia en Camboya. Y
no me pongo pesado con otros libros que denunciaron la verdad de lo
que estaba ocurriendo en los campos de concentración de la URSS y
otros países comunistas, frente a la pasividad de tantos
intelectuales europeos que calificaron la existencia de estos campos
como cuentos de hadas.
En 1960, Harry Wu, un
joven estudiante del Instituto de Geología de Pekín, fue detenido
acusado de derechista. Lo mismo les sucedió a miles y miles de
personas que no se identificaron desde el primer momento con los
ideales de la revolución maoísta o que tenían a sus espaldas un
pasado que no estaba vinculado al Partido Comunista chino. Las
acusaciones se extendieron por todo el país y miles de ciudadanos,
sin ser juzgados ni condenados formalmente, fueron enviados a campos
de trabajo con la intención de alcanzar la rehabilitación, siempre
al amparo de lo que decía el Partido Comunista chino, dueño y señor
de las vidas de todos sus conciudadanos.
Wu pensó que, como
mucho, estaría tres años en estos campos de trabajo. Sin embargo,
al final pasó casi veinte años en diferentes lugares hasta que fue
liberado en 1979. A mediados de la década de los ochenta consiguió
abandonar China para exiliarse en Estados Unidos, donde reemprendió
sus trabajos científicos.
El
libro de Harry Wu está escrito para denunciar la falta de
libertades, los crímenes y la dictadura impuesta por el Partido
Comunista. Wu se centra exclusivamente en cómo el Partido Comunista
implantó unos campos de trabajo donde, en condiciones miserables (Wu
ve morir a muchos de sus compañeros), se abusaba de los detenidos
para construir el paraíso comunista. Años después, cuando
ya vivía en Estados Unidos, consiguió entrar de nuevo en China y
con una cámara oculta filmó algunos de estos campos y cómo las
autoridades chinas utilizaban a los prisioneros como mano de obra
para fabricar productos que luego vendían en el extranjero.
Antes de la llegada de
los comunistas, Wu pertenecía a una familia acomodada. La Revolución
se cebó con su familia. Él fue acusado en la Universidad de
estudiante derechista y desde entonces su vida fue un infierno,
siendo víctima, también de la política china de aquellos años,
como las dramáticas consecuencias del Gran Salto Adelante y la
Revolución Cultural. No solamente tuvo que soportar sobrevivir en
unas condiciones inhumanas; además, como enemigo del pueblo, estaba
obligado a someterse a constantes autocríticas ideológicas y a
estudiar todos los días los escritos del Gran Timonel y las
directrices del Partido Comunista chino.
Vientos amargos
Harry WuLibros del Asteroide. Barcelona (2008)
376 págs.
T.o.: Bitter Winds. A Memory of My Years in China’s Gulag.
Traducción: Pedro Tena.
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