sábado, 30 de marzo de 2013

“Los acuarios de Pyongyang”, de Kang Chol Hwan


 
“La vida se me iba en obedecer y aguantar. Aceptaba mi situación como un destino. Si hubiera tenido una clara conciencia del infierno en el que me encontraba, me habría sumido en la desesperación. Nada peor que ponerse a pensar para hundirse en la melancolía”. Así describe Kang Chol Hwan su estado de ánimo en el campo de concentración de Yodok, en Corea del Norte, durante los doce años que pasó como prisionero.
 
En ese campo, en el que ingresó con nueve años junto al resto de su familia, Kang Chol aprendió a blindar sus sentimientos, a ser impasible ante el sufrimiento propio y ajeno, a no rebelarse, a someterse a unas órdenes absurdas y despóticas. En ese inhumano ambiente tiene lugar su duro aprendizaje vital. Eso sí, ni en él ni en el resto de los prisioneros se cumplen los objetivos de su encarcelamiento: “reeducarnos mediante el trabajo y el estudio” para ser ciudadanos ejemplares del régimen estalinista de Kim Il Sung, la “Luz del Género Humano”, “Genio sin Igual”, “Cima del Pensamiento”, “Estrella Polar del Pueblo”.

Tras abandonar el campo, Kang Chol y el resto de su familia intentan rehacer sus vidas, aunque el país proporciona muy pocas oportunidades a los que como él han estado prisioneros. Pocos años después, tras conocer que ha sido descubierto de escuchar una emisora de radio prohibida, se ve forzado a emprender una peligrosa huida, amenazado con volver a un campo peor que el de Yodok. El relato de su experiencia fue muy sonado en 1992, pues apenas existían testimonios de lo que estaba ocurriendo en Corea del Norte, y menos de la existencia en la década de los noventa de campos de concentración. Corea del Norte sigue siendo un país fosilizado en el tiempo que, ante la pasividad internacional, continua aplicando las prácticas de terror y violencia heredadas del estalinismo contra todo aquel que disienta de la doctrina comunista que emana del general Kim Il Sung, fallecido en 1994 y convertido en mito oficial.

Lo que cuenta Kang Chol no es diferente de tantos otros testimonios sobre la vida cotidiana en los campos de concentración nazis y soviéticos. Lo que más llama la atención es la cercanía de su testimonio, pues Kang Chol abandonó el campo a principios de los noventa. Este libro, escrito en colaboración con el francés Pierre Rigoulot, coautor de El libro negro del comunismo, contribuirá sin lugar a dudas a mirar de otra manera lo que ocurre en ese misterioso y peligroso país que es Corea del Norte.

 
Los acuarios de Pyongyang
Recuerdos del infierno norcoreano
Kang Chol Hwan
Amaranto. Madrid (2005)
258 págs. 22 euros.

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