Publicado en 2008 en
Italia, este breve libro es la historia de una curiosa fascinación.
En este caso, la que sintió el francés Jacques Guérin por su
compatriota Marcel Proust, el autor de En busca del tiempo
perdido. La autora, napolitana nacida en 1949, cuenta que el
germen de este libro fue la entrevista que hizo para la televisión a
Piero Tosi, famoso diseñador de vestuario que trabajó con el
cineasta Luchino Visconti. En la entrevista, y a propósito del
fallido intento de llevar al cine la famosa obra de Proust, cuenta
que investigando sobre el posible diseño de los vestuarios para la
película conoció la increíble historia de Jacques Guérin. La
autora lo que hizo fue investigar casi policialmente sobre el asunto,
indagando en la vida de Guérin y en el por qué de su fascinación
por todo lo relacionado con Marcel Proust.
Guérin, con una difícil
y un tanto escabrosa vida a sus espaldas, dirigía una prestigiosa
empresa familiar dedicada a los perfumes. Esa actividad era
compatible con una poderosa afición por la literatura y por las
vidas de algunos célebres escritores y artistas de la talla de
Proust, Rimbaud, Baudelaire, Jean Cocteau y Jean Genet. Sobre estos
escritores no solo fue un experto sino que, además, se dedicó a
rescatar del olvido muchos de los objetos que tuvieron relación con
sus vidas: cartas, postales, escritos, objetos decorativos, muebles,
vestidos, etc.
En
el caso de Proust, el fetichismo fue absoluto, pues Guérin tuvo la
oportunidad de conocer personalmente al hermano de Marcel, a Robert,
conocido médico parisino. Tras una intervención quirúrgica, Guérin
mantuvo relación con Robert y fue descubriendo en su consulta que
Robert poseía muchos de los objetos personales del autor. Ni
siquiera su familia compartía su fascinación por Marcel; su cuñada
Marthe no había leído a Marcel y consideraba su vida y su
homosexualidad como una desprestigiosa lacra para toda su familia.
Robert, más intelectual y metódico, sí conocía bien la obra de su
hermano, pero no se le había pasado por la cabeza que los objetos
familiares que Marcel había heredado y que decoraban su casa fuesen
tan importantes. Todavía Proust no había alcanzado la fama de
escritor necesario e inmortal que tendría años después y que, poco
a poco, se extendería hacia todo su mundo, incluidas sus posesiones
más domésticas, como su famoso abrigo, que menciona en sus obras.
Guérin
fue acercándose con sigilo a la familia, ganándose su confianza y
amistad. Robert le enseñó algunos manuscritos de su hermano que
guardaba en casa. A la muerte de Robert, su viuda se deshizo de la
mayoría de estas pertenencias. Guérin consiguió ponerse en
contacto con el ropavejero que las había comprado y fue decorando su
residencia con los muebles que habían rodeado la vida de Proust.
Incluso Guérin consiguió hacerse con su famoso bastón y su
anhelado abrigo, con dibujos y fotografías y hasta con parte de los
manuscritos originales. Muchos años después, ya con Proust
convertido en leyenda mundial, los donaría al Museo Carnavalet.
“¿A
qué se debe esta obstinación?”, se pregunta el traductor Hugo
Beccacece en el postfacio. “¿Por qué alguien como Jacques Guérin,
un hombre inteligente, sensible, excelente lector, consagró su vida
a coleccionar los originales, las anécdotas, los objetos de
Proust?”. Y da una posible respuesta un poco después: “creó así
la ilusión casi perfecta de que la vida de Proust continuaba”.
Curioso y ameno libro que indaga en la pasión y el fetichismo
literario.
El abrigo de Proust
Lorenza FoschiniImpedimenta. Madrid (2013)
144 págs. 17,95 €.
T.o.: Il cappotto di Proust. Traducción: Hugo Beccacece.
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